Reina de Queens (continuación)

El texto a continuación es la segunda parte de la crónica neoyorquina publicada en el #07 de Gata Flora (y que es recomendable leer antes de empezar con lo que sigue). A quienes no la hayan leído, pueden encontrarla en la página 30 de la revista. A quienes sí la hayan leído y recién ahora se encuentran con el texto prometido, les pido disculpas. Es absoluta responsabilidad del autor (que es el que escribe) y no de quienes dirigen la revista.

T + F / Matías Maciel (Desde Nueva York)

Durante las casi dos horas que duró la entrevista, tomé nota en mi moleskine cuadriculada. Sentados en una mesa chiquita, nunca pesqué a Bárbara intentando leer lo que yo escribía. Por el contrario, me parecía que intentaba esquivar con su mirada mi libreta, como si quisiera demostrarme que no tenía ninguna curiosidad. Tampoco me preguntó cuándo ni dónde saldría publicado lo que escribiría, algo que –por lo general– solo se permiten quienes ya salieron varias veces en los medios.

En el momento en que escribo esto, Google arroja 6190 resultados para “Bárbara Herr”, aunque no en todos los casos se trata de nuestra Bárbara. Hay otros 258 resultados para “Barbra Herr”, su nombre artístico, pero tampoco es la única. Además acabo de ver que con ese seudónimo aparece registrada en Facebook, donde tiene 90 “amigos”. También tiene una cuenta MySpace, aunque para acceder a la información de su perfil se necesita autorización. Solo puede verse una foto suya –cual vedette, entonces con el pelo largo– y un epígrafe: “The Official MySpace of Miss Continental Elite 2005, Barbra Herr”.

En nuestra charla ella había hecho referencia al tema: “Fíjate que para ser elegida te hacen una entrevista, evalúan tu talento y tienes que hacer una pasada en traje de baño y otra con vestido de noche”, recuerdo que me dijo acerca de su consagración. Antes habíamos hablado de su “fama” como artista transexual: “Dios mío, en Puerto Rico me conoce todo el mundo porque he salido mucho en la televisión. La verdad que yo no contaba con todo eso cuando me inicié en la profesión”.

Acá, en los Estados Unidos, las cosas son diferentes, todo es mucho más grande y más difícil, pero Bárbara me asegura que se ha ganado su lugar a nivel nacional: “He viajado por todo el país como artista y eso también me ha permitido convertirme en portavoz de la causa”. Ahora no viaja demasiado, porque incluso ya podría vivir sin trabajar: “Si fuera por mí me retiro, pero la gente quiere verme”, dice como si nada, sin temor a resultar exagerada. “Pero además porque los artistas necesitamos el aplauso”, se apura a añadir como si se hubiera olvidado de lo más importante.

Vivir sin trabajar no significa que le sobre, “porque de lo contrario no viviría en ese edificio”, comenta sin saber todavía que yo vivo en el edificio que está casi pegado al suyo, en una zona donde los departamentos de dos ambientes se alquilan entre 1200 y 1700 dólares. “Ah, tu edificio sí que es bonito, me gusta mucho ese jardincito con verde”, me diría más tarde, cuando nos despedimos frente a la entrada de mi casa, del estilo que se conoce como pre-war building.

Fuera del escenario Bárbara no usa mucho maquillaje. Habría apostado que se pintaría para nuestro encuentro porque le dije que le tomaría unas fotos, pero no, sin saber demasiado del tema puedo decir que apenas tenía algo de sombra y rubor, lejos del exceso que muchos transexuales necesitan para cubrir el gris áspero de la barba y el bigote. En la piel de Bárbara, en cambio, no hay ni rastros de hormonas masculinas. Tiene, sin embargo, cuatro operaciones estéticas a cuestas, aunque solo una en la cara, que presumo habrá sido un estiramiento. Las otras tres fueron para agrandarse y levantarse las tetas.

“La cirugía me hace joven, hace que no vean a una señora vieja. Yo no miento sobre miedad, no me avergüenza la edad que tengo, pero no me siento una vieja. Además, creo que al cuerpo hay que mantenerlo, por eso hago aerobic, yoga, kick-boxing y ejercicios cardiovasculares”, explica. “Creo que soy pasable”, se sincera, “nadie se da cuenta de lo que era en el pasado, porque ahora me veo como una mujer rubia”, arriesga.

Muchas veces ocurre que algún hombre le invita un trago o intenta mantener una charla, en todos los casos, Bárbara les advierte acerca de su condición porque le gustan las cosas claras. Igual, que haya terminado con el pollo loco no significa que ahora esté a la pesca. En parte porque todavía está “sanando, porque todavía duele”, pero también porque se siente a gusto sola, dice que es una mujer solitaria, que no le gusta andar en grupo.

Que haya estado en pareja con alguien que podría ser su hijo no fue casualidad: “No me gustan los hombres mayores, los de mi edad. Se ven mal, como acabados. Además, si les gusto a los jóvenes por qué voy a estar con un viejo feo. Tal vez por seguridad económica, pero es algo que no me gusta y no lo necesito”. Con quienes Bárbara tiene una relación especial es con Fanny Mae y Elly Mae, sus dos westies, unas perritas blancas de menos de diez kilos cada una. “No las sacrifico por nada del mundo. Si no hubiera sido por ellas, cuando ganó Bush, me habría ido a vivir a Europa”, me aseguró aquella tarde, sin saber que semanas después tendría que dar una inyección letal a Fanny Mae, la más viejita, ya en estado de agonía.

Sobre el final de la charla le pregunté algo que postergaba desde el principio, si había algo que todavía la hiciera sentirse más identificada con los hombres que con las mujeres. Me respondió que no, incluso que no recordaba cómo era sentirse antes de lo que es ahora. “Porque ser mujer es aquí”, me dijo apuntando a su cabeza con su largo dedo índice izquierdo. “Solo me diferencio en la menstruación y en la imposibilidad de parir, pero por lo demás pienso y siento igual que todas las mujeres. Y eso fue siempre así”, me responde.

Como creyente católica, en el plano filosófico-religioso, también tiene una explicación: “No estoy aquí por accidente, sino que soy parte del plan de Dios. Haberme quedado como nací habría sido muy triste, porque yo debía ser la que soy ahora”. Aunque no se confiesa ni comulga, asegura que su conexión con Dios es cotidiana y que para rezar se mete en cualquier templo, cualquiera sea el credo, “porque Él está en todas partes”. Dice que le habla y le agradece, porque ha tenido una buena vida y porque no tiene de qué arrepentirse. “Bueno, en realidad sí, me arrepiento de no haber vivido un tiempo en Europa. De eso y de no haber tenido un hijo”, confiesa.



7 comentarios:

,,lkmklmlnj dijo...

Buenisimo poder seguir leyendo esta nota que con tantas ansias la espere!!! Gracias por seguir escribiendo para nosotros.
Besos

Carla dijo...

Waw... las historias de vida que encierra la gente ¿no?
Excelente artículo.

Anónimo dijo...

Buenísima la segunda parte (como la primera)!!! La estaba esperando y me encantó.
Las historias de vida en Nueva York siempre me fascinan. Sigan así.

FiX dijo...

che, el 4 de septiembre, festejas el dia de la historieta?

Fabirú dijo...

Como me gusta leer esto!
Y adoro la seguridad que Barbara arroja!
Genial!
Saludos =)

Vivian García Hermosi dijo...

Cual es el blog de matías?

Revista Gata Flora dijo...

Aquí va:
http://entretanto.wordpress.com

Super recomendable...