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Salió Gata Flora #8 (oct-nov-dic)

EDITORIAL

Susan Sontag –el ícono de tapa de esta octava Gata Flora– decía que, a diferencia de lo que pensaba Mailer, ella no quería que su escritura cambiase la conciencia de su tiempo. “No pretendo eso. Los textos son objetos. Quiero que afecten a los lectores, pero de todas las maneras posibles. No hay una sola manera correcta de experimentar lo que he escrito. No estoy ‘diciendo algo’; estoy permitiendo que ‘algo’ tenga una voz, una existencia independiente de mí”. Y algo así nos pasa con Gata Flora.

Ocurre que la comunicación se ha vuelto muy pretenciosa. Cada mensaje tiene su target. Pero… si el target son las personas, ¿hay tantos para cubrirlas? ¿Y qué pasa cuando alguien no entra en ningún target? Qué feo, nadie le habla, nadie lo entiende, no sirve, es una molestia para la sociedad. Eso pasa, eso nos molesta. Y por eso mismo hacemos esta revista. Para cubrir ese vacío, para soltar otra información, que la agarre quien tenga ganas y haga lo que quiera con ella. Punto. Porque, como Susan, queremos afectar a los lectores de todas las maneras posibles.

Estímulos no faltarán en las páginas de Gata Flora #8. Empecemos por las entrevistas: Ana Laan, música que salió de Uruguay al mundo, y Alden Ehrenreich, un joven actor estadounidense que estuvo en Buenos Aires filmando con Francis Ford Coppola. Otros personajes de esta Gata Flora son la primera fotógrafa de los Beatles, la que inventó el look y la estética de la banda, Astrid Kirchherr; el dúo anglo-americano The Kills; el director de arte francés, Patrick Guedj; y otros.

Leerán algo sobre la histeria, sobre el rol de los viajes, o la ilusión del movimiento en la literatura y en el cine, y podrán chusmear el blog de la escritora argentina María Fasce. Pero, esta vez, tendrán mucho para mirar: el porfolio de Loretta Lux, artista alemana, dueña de una mirada inédita de la infancia; la moda, inspirada en La Hermenéutica del Sujeto del pensador Michel Foucault; y otro porfolio con autorretratos de varias fotógrafas argentinas a las que invitamos a desafiarse a sí mismas poniéndose frente a su cámara.

Las columnas están bien divertidas. Bestiaria se pregunta si las mujeres podemos cambiar a los hombres. El Cronista neoyorquino oye un comentario en el Central Park y se queda pensando largo rato. El Filósofo Prêt-à-Porter le rinde un homenaje a Madonna anticipando su venida a la Argentina. El Ciudadano retruca críticas y vuelve a abrir el debate, esta vez sobre la democracia. También hay una suplente en los diarios de viaje.

¿Ven? Alguien les habla y los entiende. No son una molestia para la sociedad (tal vez sí para el marketing, que no sabe dónde meterlos). Aquí tienen Gata Flora #8, a partir de ahora es suya, pueden hacer con ella lo que quieran.

Agustina Fernandez
DIRECTORA

Reina de Queens (continuación)

El texto a continuación es la segunda parte de la crónica neoyorquina publicada en el #07 de Gata Flora (y que es recomendable leer antes de empezar con lo que sigue). A quienes no la hayan leído, pueden encontrarla en la página 30 de la revista. A quienes sí la hayan leído y recién ahora se encuentran con el texto prometido, les pido disculpas. Es absoluta responsabilidad del autor (que es el que escribe) y no de quienes dirigen la revista.

T + F / Matías Maciel (Desde Nueva York)

Durante las casi dos horas que duró la entrevista, tomé nota en mi moleskine cuadriculada. Sentados en una mesa chiquita, nunca pesqué a Bárbara intentando leer lo que yo escribía. Por el contrario, me parecía que intentaba esquivar con su mirada mi libreta, como si quisiera demostrarme que no tenía ninguna curiosidad. Tampoco me preguntó cuándo ni dónde saldría publicado lo que escribiría, algo que –por lo general– solo se permiten quienes ya salieron varias veces en los medios.

En el momento en que escribo esto, Google arroja 6190 resultados para “Bárbara Herr”, aunque no en todos los casos se trata de nuestra Bárbara. Hay otros 258 resultados para “Barbra Herr”, su nombre artístico, pero tampoco es la única. Además acabo de ver que con ese seudónimo aparece registrada en Facebook, donde tiene 90 “amigos”. También tiene una cuenta MySpace, aunque para acceder a la información de su perfil se necesita autorización. Solo puede verse una foto suya –cual vedette, entonces con el pelo largo– y un epígrafe: “The Official MySpace of Miss Continental Elite 2005, Barbra Herr”.

En nuestra charla ella había hecho referencia al tema: “Fíjate que para ser elegida te hacen una entrevista, evalúan tu talento y tienes que hacer una pasada en traje de baño y otra con vestido de noche”, recuerdo que me dijo acerca de su consagración. Antes habíamos hablado de su “fama” como artista transexual: “Dios mío, en Puerto Rico me conoce todo el mundo porque he salido mucho en la televisión. La verdad que yo no contaba con todo eso cuando me inicié en la profesión”.

Acá, en los Estados Unidos, las cosas son diferentes, todo es mucho más grande y más difícil, pero Bárbara me asegura que se ha ganado su lugar a nivel nacional: “He viajado por todo el país como artista y eso también me ha permitido convertirme en portavoz de la causa”. Ahora no viaja demasiado, porque incluso ya podría vivir sin trabajar: “Si fuera por mí me retiro, pero la gente quiere verme”, dice como si nada, sin temor a resultar exagerada. “Pero además porque los artistas necesitamos el aplauso”, se apura a añadir como si se hubiera olvidado de lo más importante.

Vivir sin trabajar no significa que le sobre, “porque de lo contrario no viviría en ese edificio”, comenta sin saber todavía que yo vivo en el edificio que está casi pegado al suyo, en una zona donde los departamentos de dos ambientes se alquilan entre 1200 y 1700 dólares. “Ah, tu edificio sí que es bonito, me gusta mucho ese jardincito con verde”, me diría más tarde, cuando nos despedimos frente a la entrada de mi casa, del estilo que se conoce como pre-war building.

Fuera del escenario Bárbara no usa mucho maquillaje. Habría apostado que se pintaría para nuestro encuentro porque le dije que le tomaría unas fotos, pero no, sin saber demasiado del tema puedo decir que apenas tenía algo de sombra y rubor, lejos del exceso que muchos transexuales necesitan para cubrir el gris áspero de la barba y el bigote. En la piel de Bárbara, en cambio, no hay ni rastros de hormonas masculinas. Tiene, sin embargo, cuatro operaciones estéticas a cuestas, aunque solo una en la cara, que presumo habrá sido un estiramiento. Las otras tres fueron para agrandarse y levantarse las tetas.

“La cirugía me hace joven, hace que no vean a una señora vieja. Yo no miento sobre miedad, no me avergüenza la edad que tengo, pero no me siento una vieja. Además, creo que al cuerpo hay que mantenerlo, por eso hago aerobic, yoga, kick-boxing y ejercicios cardiovasculares”, explica. “Creo que soy pasable”, se sincera, “nadie se da cuenta de lo que era en el pasado, porque ahora me veo como una mujer rubia”, arriesga.

Muchas veces ocurre que algún hombre le invita un trago o intenta mantener una charla, en todos los casos, Bárbara les advierte acerca de su condición porque le gustan las cosas claras. Igual, que haya terminado con el pollo loco no significa que ahora esté a la pesca. En parte porque todavía está “sanando, porque todavía duele”, pero también porque se siente a gusto sola, dice que es una mujer solitaria, que no le gusta andar en grupo.

Que haya estado en pareja con alguien que podría ser su hijo no fue casualidad: “No me gustan los hombres mayores, los de mi edad. Se ven mal, como acabados. Además, si les gusto a los jóvenes por qué voy a estar con un viejo feo. Tal vez por seguridad económica, pero es algo que no me gusta y no lo necesito”. Con quienes Bárbara tiene una relación especial es con Fanny Mae y Elly Mae, sus dos westies, unas perritas blancas de menos de diez kilos cada una. “No las sacrifico por nada del mundo. Si no hubiera sido por ellas, cuando ganó Bush, me habría ido a vivir a Europa”, me aseguró aquella tarde, sin saber que semanas después tendría que dar una inyección letal a Fanny Mae, la más viejita, ya en estado de agonía.

Sobre el final de la charla le pregunté algo que postergaba desde el principio, si había algo que todavía la hiciera sentirse más identificada con los hombres que con las mujeres. Me respondió que no, incluso que no recordaba cómo era sentirse antes de lo que es ahora. “Porque ser mujer es aquí”, me dijo apuntando a su cabeza con su largo dedo índice izquierdo. “Solo me diferencio en la menstruación y en la imposibilidad de parir, pero por lo demás pienso y siento igual que todas las mujeres. Y eso fue siempre así”, me responde.

Como creyente católica, en el plano filosófico-religioso, también tiene una explicación: “No estoy aquí por accidente, sino que soy parte del plan de Dios. Haberme quedado como nací habría sido muy triste, porque yo debía ser la que soy ahora”. Aunque no se confiesa ni comulga, asegura que su conexión con Dios es cotidiana y que para rezar se mete en cualquier templo, cualquiera sea el credo, “porque Él está en todas partes”. Dice que le habla y le agradece, porque ha tenido una buena vida y porque no tiene de qué arrepentirse. “Bueno, en realidad sí, me arrepiento de no haber vivido un tiempo en Europa. De eso y de no haber tenido un hijo”, confiesa.



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Algo de Gata Flora # 7

Gata Flora #7 / jul-ago-sep / 100 pág. / $15.-
Nota de tapa: Renata Schussheim / Vuelta a nacer
Annie Leibovitz
Entrevista a Claudio Roncoli
Porfolio: Las madres del Monte / Julio Pantoja
Isabel Coixet
Woody Allen
El kitsch
Entrevista a María Ezquiaga
Editorial de moda: El sistema de la moda

Mayo del 68*


Asistimos al 40º aniversario del mayo francés. Ya pasó mucho tiempo desde que los graffitis fueron borrados y los adoquines vueltos a colocar en el piso. Pero hay aspectos de aquel mayo del ´68 que siguen vivos en la memoria, por lo romántico de su génesis. ¿Qué significó aquella revolución estudiantil? ¿Cómo logró estallar? ¿Quiénes fueron sus protagonistas? ¿Fue todo un sueño?

T/ Diego Erlan


1.
La primera vez que vi Los soñadores (The Dreamers, 2003), de Bernardo Bertolucci, fue en un complejo de cines en Recoleta, pocas semanas después de su estreno, junto a tres compañeras de la facultad. Y todos cedimos a la obviedad de decir que Eva Green no podía ser tan linda. Ya en las primeras escenas del filme se mezclan los tres temas que plantea el director: la política (una protesta frente a la cinemateca francesa por el despido de su director, Henri Langlois, a principios de 1968), el homenaje que Bertolucci le rinde al cine (el director participó de estos acontecimientos en su juventud) y el sexo en el triángulo que conforman los protagonistas: Matthew (Michael Pitt), Isabelle (Eva Green) y Theo (Louis Garrel): jóvenes, liberales, revolucionarios. O casi.
El filme podría pensarse como un spot de la “publicidad engañosa con respecto a la Generación de 1968”, como decía el escritor francés Michel Houellebecq en su paso por Buenos Aires. O como una crítica a los protagonistas de la movilización. Pero lo cierto es que el movimiento de mayo de 1968 en Francia fue un acontecimiento, según el historiador Eric Hobsbawn, que ningún revolucionario de más de veinticinco años creía posible en un país industrial avanzado, en condiciones de paz, prosperidad y aparente estabilidad política. El gobierno del general Charles De Gaulle era el régimen político europeo más orgulloso y satisfecho de sí mismo y los hechos de mayo-junio de 1968 lo llevaron al borde del colapso, incluso hubo un día en que la mayoría del gabinete de De Gaulle consideró la derrota como inevitable. Y sin embargo la revolución fracasó. O casi.


2.
Aquel mayo francés tiene su génesis en la rápida y profunda transformación que se produce en Francia a mediados de los años cincuenta y que para los sociólogos es una “silenciosa segunda revolución francesa”. Algunos datos: en 1953 tiene lugar la primera emisión televisiva en directo; en 1955 aparece en el mercado la primera lavadora y las viviendas de alquiler económico que desde entonces han pululado por las periferias de todas las ciudades francesas; en 1958 había 175 mil estudiantes universitarios y en 1968 ya eran 530 mil, el doble que en Inglaterra.
Una irrupción repentina de la modernidad hace que en Francia, más que en otras partes, se vea venir la modernización capitalista y la juventud es particularmente sensible a este cambio. La crítica social planteó entonces una pregunta sencilla: ¿Qué uso se está haciendo de la enorme acumulación de medios dispuestos por la sociedad? ¿Se ha hecho más rica la vida vivida por el individuo? El teórico francés Guy Debord reconoce en estas preguntas sin respuestas una consecuencia de que la economía ha sometido a la vida humana. Ningún cambio en el interior de la esfera económica será suficiente mientras la economía misma no quede sometida al control consciente de los individuos. Según Carlos Fuentes, la juventud parisina representó la insatisfacción con el orden conservador, capitalista y consumidor que había olvidado la promesa humanista de la lucha contra el fascismo y del pensamiento radical de Jean-Paul Sartre en un extremo y de Albert Camus en el otro.
“El agresor no es la persona que se rebela, sino la que se conforma” se leía en alguna pared de la ciudad. Estas frases se basaban en las ideas de dos grupos (artísticos-filosóficos-políticos), que a medida que la transformación de la sociedad francesa avanzaba irrumpieron en la escena: la Internacional Letrista (IL) y la Internacional Situacionista (IS).
La IL se presentó a las once de la mañana del 9 de abril de 1950, en lo que se conoce como “el asalto de Notre-Dame” (Greil Marcus, Rastros de Carmín). Cuatro jóvenes –uno de ellos vestido de monje dominico– ingresaron a la catedral de París atestada de gente en plena misa de Pascua. Michael Mourre, de 22 años –el falso dominico, como dijo la prensa– aprovechó una pausa que siguió al rezo del credo y subió al altar, donde comenzó a leer un sermón escrito por uno de sus compañeros, Serge Berna: “Hoy día de Pascua del Año Santo/ Aquí, en la insigne iglesia de Notre-Dame de París/ acuso a la Iglesia Católica universal de haber desviado letalmente nuestra fuerza vital hacia un cielo vacío/ acuso a la Iglesia Católica de estafa/ acuso a la Iglesia Católica de infectar el mundo con su moralidad fúnebre/ de ser la llaga que se extiende en el cuerpo descompuesto de Occidente./ En verdad les digo: Dios ha muerto”. Y seguía, pero no pudo terminar. La Guardia Suiza de la Catedral desenvainó los sables e intentó matarlos. Pero escaparon y, perseguidos por los feligreses enardecidos, llegaron al Sena donde los detuvo la policía.
Pertenecían a un movimiento de jóvenes liderados por el poeta rumano Isidore Isou, un personaje que supo interrumpir una conferencia de Tristan Tzara y decirle en la cara que “el dadá ha muerto” y “lo nuevo es el letrismo”. Los letristas caminaban por la calle con eslóganes como “larga vida a lo efímero” o “no trabajes nunca” y provocaban la ira en el Festival de Cannes con sus películas. Fueron el germen que daría lugar a los situacionistas de Guy Debord, que surgieron del riñón letrista matando (intelectual y políticamente) al padre, a la madre y a toda su descendencia.
Considerados por algunos críticos como neodadaístas (aunque ellos no admitan ninguna relación con este movimiento y ni siquiera admitan el sufijo “ismo”), los situacionistas nacen en 1957 y plantean una teoría radical sobre la sociedad moderna, una teoría insoportable para la historia intelectual, que ocultó estas ideas, como indica el alemán Anselm Jappe en su biografía crítica sobre Guy Debord, con el método de la banalización. En su libro La sociedad del espectáculo (que puede bajarse gratis de Internet), Debord expone su crítica a la alienación, sigue de cerca cierta corriente marxista (también marca algunos errores de interpretación) y profundiza alguna de sus tendencias.
En 1952, a los veinte años, Debord exigía crear un arte que fuese creación de situaciones y no la reproducción de situaciones existentes. La noción de “espectáculo” (que para Debord va más allá de la implicancia de los mass media en la vida cotidiana) se relaciona con esa “no intervención”. Para Anselm Jappe, “el espectáculo se apodera de la entera actividad social: desde el urbanismo hasta los partidos políticos, desde el arte hasta las ciencias, desde la vida cotidiana hasta las pasiones y los deseos humanos, por doquier se encuentra la sustitución de la realidad por su imagen”.
Como una bomba de tiempo, los escritos que impulsaban una revolución en la Francia de los sesenta se publicaban año tras año. En 1966, el situacionista Mustapha Khayati escribe Sobre la miseria del ambiente estudiantil: “Podemos afirmar, sin mucho riesgo de equivocarnos, que el estudiante es en Francia, después del policía y el cura, el ser más universalmente despreciado” y empuja a concebir la revolución como una fiesta y un juego. Al año siguiente, Debord publica La sociedad del espectáculo. Para Jappe, los situacionistas fueron los únicos que “reconocieron y señalaron los nuevos puntos de aplicación de la revuelta en la sociedad moderna: el urbanismo, el espectáculo, la ideología”. La crítica del urbanismo fue uno de los principales terrenos de análisis situacionista del deterioro de la vida (precursores en plantear la conciencia ecológica) y calificaban a las ciudades como “campos de concentración”.


3.
“La revolución nació en Nanterre, ese conglomerado gris construido deprisa para contener el desbordamiento estudiantil de la Sorbona”, dice Carlos Fuentes (Los 68). Y en aquel momento, un estudiante le contaba: “Dicen que vivimos en la sociedad de la abundancia, pero en la Universidad solo hay abundancia de alumnos y carencia de todo lo demás”. ¿Qué proponían los estudiantes? “La reforma universitaria”, convertir la Universidad en un centro crítico, el germen del cambio. Ya en 1967 los estudiantes habían intentado reformar la Universidad, pero fracasaron. Esa frustración llevó a que los pocos activistas que tenían ideas políticas formaran un grupo llamado los enragés (rabiosos). Al principio sólo eran veinticinco que interrumpían conferencias y provocaban altercados. Se habían convencido de que para cambiar la universidad primero debían cambiar por completo la sociedad. El ensayista argentino Nicolás Casullo decía, al cumplirse 30 años de los acontecimientos, que la insurrección coincide con un avance de lo psicoanalítico: el estudiante francés se enfrenta al padre, al profesor, al político y a la policía y se plantea que el deseo (expresarlo y conseguirlo) es la clave de la revolución. Era el deseo y el intento por satisfacerlo.
Al gobierno de De Gaulle no le preocupaba el movimiento estudiantil. La policía antidisturbios (CRS) desarticulaba las manifestaciones y esto enfurecía a los estudiantes, que en pocos días pasaban de veinticinco enragés a mil, a las pocas semanas eran 50 mil y a finales de mayo 10 millones que conmocionaron las calles, sedujeron a los medios internacionales y tomaron la Sorbona. La Universidad fue invadida por policías con la orden de cerrarla (por primera vez en setecientos años) y detener a los estudiantes liderados en ese momento por el joven Daniel Cohn-Bendit. Los jóvenes construían barricadas y sus armas eran los adoquines de las calles. Crecía la violencia. Pero el 13 de mayo ocurrió lo que nadie esperaba: los principales sindicatos convocaron a una “huelga general salvaje”. Francia quedó paralizada. Durante algunas semanas se produjo una suspensión de toda autoridad, un sentimiento de que “todo es posible”, una “inversión del mundo invertido” que concernía a los individuos en su esencia más íntima y cotidiana. Se demostró que el deseo de una vida totalmente distinta duerme en los individuos.
El problema radicaba en que los obreros no querían la revolución, no les importaban los problemas de los estudiantes, sino mejores condiciones de trabajo, salarios más altos, vacaciones pagas. “Eran dos movimientos autónomos: los trabajadores querían una reforma radical de las fábricas; los estudiantes querían un cambio de vida radical”, explicaría Cohn-Bendit años después.
Ambos movimientos lograron una reforma, pero no la revolución. Fue un estallido contra una sociedad estancada y sofocante y con los años se ha convertido, a decir de Casullo, en un “producto de la industria cultural”, sólo un recuerdo.
En épocas en las que el anarquismo puede ser reinterpretado (Noam Chomsky), la ecología se ha convertido en plataforma política (el ecologismo como estandarte) y el activismo grita ante los líderes mundiales que otro mundo es posible habría que admitir que Guy Debord no es solo el padre de las neovanguardias del video o un precursor del punk. Su idea era revolucionar la vida cotidiana. Y quizás el deseo todavía exista.


*Nota publicada en Gata Flora # 6 ///////

Gata Flora en Youtube

Pasen y vean

En la feria...


Gata Flora #6 / abril-mayo-junio / $15.- / 100 páginas

Nota de tapa: Rock era… / Janis Joplin
Entrevista a Inés Efron
Editorial de Moda: Kozmic Blues Mayo francés
Richard Linklater Porfolio: Adorable border / Sarah Beetson
Entrevista a Ismael Serrano
Boga: Feria Puro Diseño ´08




Ya llega... Gata Flora #6



Desperate houseviwes (la escuela)

En un rincón del Distrito Federal de México, jóvenes féminas toman un curso para ser “cónyuges perfectas”. Según el programa de su creadora, Tota Topete, el secreto del matrimonio feliz está en sus manos; y agujas, hilos, sartenes y flores frescas son las herramientas. También se dan algunos consejos, como no hablar mal de un presidente, no elegir un comunista por marido y no usar turquesas en invierno. Crónica de un anacronismo bien actual.

T/ Ágata Székely (Desde México)
F/ Israel Hernández


Ellas tienen un tallarín recién hecho entre los dedos y le miran el centro, para verificar el minúsculo blanco interno que indica que está al dente. Lo observan y se lo pasan. La mayoría tiene poco más de veinte años, aunque un par pasa los treinta. Otros días va el grupo adolescente (niñas de trece a dieciocho). A ésas les cuesta más concentrarse, aprender. Esto ocurre en la ciudad de México, Distrito Federal, durante un jueves del siglo veintiuno. La “escuela para esposas” de Tota Topete es en una casa de la residencial y elegante colonia Jardines del Pedregal, al sur de la ciudad. El módulo culinario es la última clase. Antes hubo Costura –cómo hacer un ojal o poner una presilla–, arreglos florales –cómo poner flores en un florero redondo o en uno ovalado– e Imagen –cómo hacer que digan “qué bonita te ves y no qué bonito es tu suéter”.
Tota Topete es madre, abuela y técnica en educación familiar (carrera que ya no existe). Da clases a mujeres sobre cómo llevar un matrimonio feliz y ser “completas” y “perfectas” desde hace más de 40 años. Los cursos están repletos y siempre hay lista de espera. Y la fórmula de la felicidad parece ser la misma que hace cuatro décadas: “El hombre se casa con la ilusión de que la mujer le cocine, y las primeras desilusiones, problemas y dificultades vienen al ver que ellas no saben hacer nada –asegura Tota, y continúa–. Los hombres son mejores cocineros que las mujeres, claro, pero no les toca. Ahora dicen que todo lo deberíamos hacer como iguales. Pero yo creo que no. Dios nos hizo diferentes para algo. El ideal de este curso es que el matrimonio nunca termine. Porque eso es lo que les enseño: que hagan felices al esposo y él las valore y sepa agradecer el que ellas sean amas de casa perfectas”.
(Continúa en la revista...)

Surrealismo Ilustrado

Las ilustraciones del talentoso alemán Olaf Hajek son un estallido de colores y texturas. Surrealistas en su mayoría, transportan a quien las admira a un mundo de fantasías en el que hay mujeres con cabezas de conejo, mariposas gigantes y plantas que brotan de todos lados. Su arte es figurativo, pero a su vez nada tiene que ver con la realidad que nos toca. Ojalá así fuese…
Aquí les mostramos dos de las imágenes que publicamos en el porfolio de Gata Flora 5.

Hajek Olaf, Natura Morte (Personal Art).

Hajek Olaf, Mother Nature (Personal Art).


Adelanto nota de tapa



T/ Agustina Fernandez
I/ Celina Hilbert


“Una tarde, estaba ayudando a mamá a lavar platos; ella los lavaba y yo los secaba; por la ventana, veía la pared del cuartel de bomberos y otras cocinas donde otras mujeres frotaban cacerolas o pelaban verduras. Cada día, el almuerzo, la comida; cada día lavar platos; esas horas infinitamente repetidas que no llevan a ninguna parte: ¿viviría yo así? (…) No, me dije mientras ordenaba en la alacena una pila de platos, mi vida conducirá a alguna parte. Felizmente no estaba condenada a un destino de ama de casa. Mi padre no era feminista; admiraba la sabiduría de las novelas de Colette Yver donde la abogada, la doctora, terminan por sacrificar su carrera a la armonía del hogar; pero la necesidad hace ley: “vosotras hijitas, no os casareis –repetía a menudo-. No tenéis dote, tendréis que trabajar”. Yo prefería infinitamente la perspectiva de un oficio a la del matrimonio; permitía esperanzas. Había mucha gente que había hecho cosas: yo también quería”.
Memorias de una joven formal


Al mirar las fotos que la retratan en su adultez, todo aquel que no la conoce podría decir que Simone de Beauvoir era una “institutriz con zapatos de taco chato”, como la llamó alguna vez Nelson Algreen, el escritor norteamericano y su gran amante (después de Sartre, claro). Pero ocurre que esa mujer de turbante rojo, eterno rodete y ojos claros, esa señora que vestía con total modestia, fue un verdadero terremoto, tanto para su época, como para las que le siguieron y le seguirán.

¿Se la imaginan deambulando por los cafés de Montparnasse, en París, gastándose en alcohol y drogas estimulantes el dinero que ganaba con las clases de filosofía que daba? ¿Al frente de manifestaciones feministas? ¿Sola de viaje por el mundo para solidarizarse con alguna causa tan ajena como propia? ¿Cruzando el océano para visitar a algún amante? ¿Publicando un libro que pondría en jaque el concepto “mujer” desde que este existe? Pues bien, tendrán que poner su imaginación al poder porque Beauvoir hizo todo esto y más, en una época en la que la mujer no tenía un destino más allá del ámbito doméstico.

Simone es otra de nuestras denuncias contra la frase: “Detrás de todo gran hombre hay una gran mujer”. Porque si bien ella, contradiciendo por momentos la imagen de mujer emancipada y libre que promulgaba, se aferró con fanatismo al filósofo Jean Paul Sartre, construyó su propia existencia a base de un meticuloso empeño “por ser”: profesional, exitosa, escritora, famosa, interesante, inteligente, luchadora, rebelde, inconformista… Y si alguna vez fue la sombra de Sartre fue porque ella así lo quiso.

“El Castor”, como la apodó su gran amor en honor a su ímpetu por trabajar y producir, fue una idealista empedernida que narró en vida su historia. Muchos la tildaron de exhibicionista, pero tantos otros aseguran que este afán por contarlo todo tenía que ver con su intención de no sustraerse como objeto de análisis de sus investigaciones. Por eso mismo es ahora, cuando se cumplen 100 años de su nacimiento desde aquel 9 de enero de 1908, un buen momento para sacar conclusiones y cuentas de cuánto le debemos como mujeres a Simone de Beauvoir.

(Continúa en la revista...)

Bienvenidos



Con estas palabras -sencillas pero solemnes- inauguramos nuestro blog. Este será un espacio más de comunicación para Gata Flora, donde podremos tener un diálogo más fluido con ustedes, nuestros lectores, y así retroalimentarnos mutuamente.

Iremos posteando fragmentos de notas, entrevistas, porfolios, cartas, dibujos, mails, impresiones, convocatorias... La idea es salirnos de las páginas de nuestro objeto de deseo para participar también de este mundo paralelo, que es la web. Pero ojo, Gata Flora es una revista en papel, que se siente muy bien al tacto y queda muy linda en cualquier espacio.

Bienvenidos.


Agustina Fernandez
Directora