T/ Agustina Fernandez
I/ Celina Hilbert
“Una tarde, estaba ayudando a mamá a lavar platos; ella los lavaba y yo los secaba; por la ventana, veía la pared del cuartel de bomberos y otras cocinas donde otras mujeres frotaban cacerolas o pelaban verduras. Cada día, el almuerzo, la comida; cada día lavar platos; esas horas infinitamente repetidas que no llevan a ninguna parte: ¿viviría yo así? (…) No, me dije mientras ordenaba en la alacena una pila de platos, mi vida conducirá a alguna parte. Felizmente no estaba condenada a un destino de ama de casa. Mi padre no era feminista; admiraba la sabiduría de las novelas de Colette Yver donde la abogada, la doctora, terminan por sacrificar su carrera a la armonía del hogar; pero la necesidad hace ley: “vosotras hijitas, no os casareis –repetía a menudo-. No tenéis dote, tendréis que trabajar”. Yo prefería infinitamente la perspectiva de un oficio a la del matrimonio; permitía esperanzas. Había mucha gente que había hecho cosas: yo también quería”.
I/ Celina Hilbert
“Una tarde, estaba ayudando a mamá a lavar platos; ella los lavaba y yo los secaba; por la ventana, veía la pared del cuartel de bomberos y otras cocinas donde otras mujeres frotaban cacerolas o pelaban verduras. Cada día, el almuerzo, la comida; cada día lavar platos; esas horas infinitamente repetidas que no llevan a ninguna parte: ¿viviría yo así? (…) No, me dije mientras ordenaba en la alacena una pila de platos, mi vida conducirá a alguna parte. Felizmente no estaba condenada a un destino de ama de casa. Mi padre no era feminista; admiraba la sabiduría de las novelas de Colette Yver donde la abogada, la doctora, terminan por sacrificar su carrera a la armonía del hogar; pero la necesidad hace ley: “vosotras hijitas, no os casareis –repetía a menudo-. No tenéis dote, tendréis que trabajar”. Yo prefería infinitamente la perspectiva de un oficio a la del matrimonio; permitía esperanzas. Había mucha gente que había hecho cosas: yo también quería”.
Memorias de una joven formal
Al mirar las fotos que la retratan en su adultez, todo aquel que no la conoce podría decir que Simone de Beauvoir era una “institutriz con zapatos de taco chato”, como la llamó alguna vez Nelson Algreen, el escritor norteamericano y su gran amante (después de Sartre, claro). Pero ocurre que esa mujer de turbante rojo, eterno rodete y ojos claros, esa señora que vestía con total modestia, fue un verdadero terremoto, tanto para su época, como para las que le siguieron y le seguirán.
Al mirar las fotos que la retratan en su adultez, todo aquel que no la conoce podría decir que Simone de Beauvoir era una “institutriz con zapatos de taco chato”, como la llamó alguna vez Nelson Algreen, el escritor norteamericano y su gran amante (después de Sartre, claro). Pero ocurre que esa mujer de turbante rojo, eterno rodete y ojos claros, esa señora que vestía con total modestia, fue un verdadero terremoto, tanto para su época, como para las que le siguieron y le seguirán.
¿Se la imaginan deambulando por los cafés de Montparnasse, en París, gastándose en alcohol y drogas estimulantes el dinero que ganaba con las clases de filosofía que daba? ¿Al frente de manifestaciones feministas? ¿Sola de viaje por el mundo para solidarizarse con alguna causa tan ajena como propia? ¿Cruzando el océano para visitar a algún amante? ¿Publicando un libro que pondría en jaque el concepto “mujer” desde que este existe? Pues bien, tendrán que poner su imaginación al poder porque Beauvoir hizo todo esto y más, en una época en la que la mujer no tenía un destino más allá del ámbito doméstico.
Simone es otra de nuestras denuncias contra la frase: “Detrás de todo gran hombre hay una gran mujer”. Porque si bien ella, contradiciendo por momentos la imagen de mujer emancipada y libre que promulgaba, se aferró con fanatismo al filósofo Jean Paul Sartre, construyó su propia existencia a base de un meticuloso empeño “por ser”: profesional, exitosa, escritora, famosa, interesante, inteligente, luchadora, rebelde, inconformista… Y si alguna vez fue la sombra de Sartre fue porque ella así lo quiso.
“El Castor”, como la apodó su gran amor en honor a su ímpetu por trabajar y producir, fue una idealista empedernida que narró en vida su historia. Muchos la tildaron de exhibicionista, pero tantos otros aseguran que este afán por contarlo todo tenía que ver con su intención de no sustraerse como objeto de análisis de sus investigaciones. Por eso mismo es ahora, cuando se cumplen 100 años de su nacimiento desde aquel 9 de enero de 1908, un buen momento para sacar conclusiones y cuentas de cuánto le debemos como mujeres a Simone de Beauvoir.
(Continúa en la revista...)
7 comentarios:
Soy el primero en comentar? Bueno, dado que tengo semejante privilegio quisiera brindarles mis más sinceros deseos de satisfacción y alegría por éste nuevo emprendimiento. Bienvenidas a la blogosfera y mucha suerte con la revi.
Saludos de un "fantasmal colaborador" Agus!!!
Beso!
que bueno!! felicitaciones x el blog!
pennylane
Felicitaciones! Pasaremos seguido.
Soy fanático de la revista. Es de lo mejor que se encuentra en Buenos Aires. Un beso.
Felicitaciones Agus!
Hola, me parece interesante el blog y la revista. Si tienen tiempo pasen por http://www.reputaciondudosa.blogspot.com estoy comenzando con el blog y me gustaría sus comentarios.
Me gustaria saber si puedo encontrar la nota para terminar de leerla. GataFlora no está (aún) en España! Tengo los primeros 3 números de mi visita el año pasado, pero ya los leí muchas veces...
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